jueves, 1 de marzo de 2012

Salmos 143:2-5 Pedido de rescate y dirección (2°Parte)


2  Y no entres en juicio con tu siervo; porque no se justificará delante de ti ningún ser humano.
3  Porque ha perseguido el enemigo mi alma; ha postrado en tierra mi vida; me ha hecho habitar en tinieblas como los ya muertos.
4  Y mi espíritu se angustió dentro de mí; está desolado mi corazón.
5  Me acordé de los días antiguos; meditaba en todas tus obras; reflexionaba en las obras de tus manos.

Comentario:

La primera característica que descubrimos en la forma de orar de David de acuerdo a la voluntad de Dios es mencionando el ruego a Él de una manera clara y como se merece en nuestra manera de solicitar, haciéndolo con autoridad, con un profundo deseo y mucho respeto.
v.2) Lo segundo que descubrimos es emocionante y me encanta. David se considera a sí mismo que no es para nada un inocente y arguye algo así como esto: Señor, no hay ninguno “inocente” entre los hombres y menos yo, así que te pido que no entres en juicio conmigo a pesar de lo malo que soy.  
Me encanta porque  ¿qué persona por más que desee cumplir la voluntad de Dios, se considera a sí mismo de esta manera? O digámoslo de otra forma, ¿quién se atreve a orar así?
En los siguientes versículos, si fuera yo, no lo hubiera escrito así posiblemente, sino quizás haciéndome un poco más la víctima o demostrando cuánto sufrí por cumplir la voluntad de Dios, en cambio David dice: Ya ves cómo el enemigo ha perseguido mi alma; abatida tiene hasta el suelo mi vida. Me ha confinado en lugares tenebrosos, como a los que murieron hace ya un siglo. Mi espíritu padece terribles angustias; está mi corazón en continua zozobra”. (Vs. 2-3 Versión PDT). Ésta es una confesión más que una queja, donde expresa sentirse privado de las comodidades de la vida que él pudiera tener y no tiene lo que otros poseen y él no posee. ¿No es verdad que en vez de orar diciéndole a Dios una confesión, más bien puede ser que nos quejemos?
V.5) Aquí comienza a recordar el pasado, lo que lo motiva a una oración confiada. Desfila por su mente el recuerdo agradable. Recordar nuestro pasado con frecuencia nos causa tristeza o nos hace sentir lástima por nosotros mismos; el salmista recuerda las obras de Dios y todo lo que hicieron sus manos: montes, lagos, ríos, nubes, pájaros, peces, hombres… Hoy estuve meditando en el momento en que yo no existía, y mientras hablaba con una anciana de setenta y cinco años, diciéndole de la grandeza de Dios cuando unió un espermatozoide con un óvulo en el vientre de mi madre y que de la nada o de esa minúscula unión salí yo, pudimos reconocer que la grandeza de Dios es extrema. Cuando yo no era nadie, ahora soy alguien que está escribiendo. ¡Qué maravilla!
Bien hacemos en admirar las obras de Dios, en confesar su grandeza y orar con ese pensamiento para no incurrir en quejas que de nada aprovechan o en reclamos que para nada sirven porque Dios conoce nuestro pensamiento aún antes que ellos afloren a nuestro cerebro.

Rubén Pelegrina

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