lunes, 3 de octubre de 2011

Salmo 119 La excelencia de la Palabra de Dios (21° Parte)

 Salmos 119:161-168  Príncipes me han perseguido sin causa, pero mi corazón tuvo temor de tus palabras.
162  Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos.
163  La mentira aborrezco y abomino; tu ley amo.
164  Siete veces al día te alabo a causa de tus justos juicios.
165  Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo.
166  Tu salvación he esperado, oh Jehová, y tus mandamientos he puesto por obra.
167  Mi alma ha guardado tus testimonios, y los he amado en gran manera.
168  He guardado tus mandamientos y tus testimonios, porque todos mis caminos están delante de ti.       Sin

Comentario:

Un pasaje del apóstol Pedro es muy motivante para dar comienzo a este devocional, basado en una lámpara que alumbra en cualquier lugar donde hay obscuridad.
La Palabra de Dios es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino.
“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones;” 2° Pedro 1:19
Esto tiene una importancia práctica de primera. Para gozarse y sentir paz al leer la Palabra de Dios hasta que Cristo venga por los suyos, hay que tener en cuenta algunos requisitos. Pedro está diciendo que nadie tiene derecho a interpretar la Escritura, para usar su propia palabra privadamente. Entonces, ¿cómo hay que interpretarla? Para contestar a esa pregunta debemos hacernos otra: ¿Cómo recibían aquellos profetas su mensaje? Lo recibían del Espíritu. Alguna vez hasta se ha dicho que el Espíritu de Dios usaba a los profetas como un escritor usa un lápiz o un músico su instrumento. En cualquier caso, el Espíritu le daba al profeta Su mensaje. La conclusión obvia es que solamente con la ayuda de ese mismo Espíritu se puede comprender el mensaje profético.
En la iglesia donde concurro, solemos decir a los hermanos cuando vienen a consultarnos, que ellos deben sintonizar el Espíritu Santo orando y leyendo la Palabra de Dios cuando hay dudas acerca de algunos temas, porque a nosotros como consejeros nos corresponde guiar, pero al fin el que tiene la última palabra es Dios.
Para poner por obra los mandamientos y guardar los testimonios o Su Palabra, debemos remitirnos a vivir una vida en el Espíritu de Dios. No podemos arbitrar bien nuestra vida nosotros solos.
El salmista ha guardado los mandamientos de Dios porque sabía que todas sus acciones estaban presentes a los ojos de Dios. Si el Espíritu va con uno por doquier y se manifiesta con nosotros debemos guardarnos de cumplir todo, aún lo más ínfimo.
La constante en este salmo es “guardar”, un guardar obediente que emana del amor, un guardar obediente que busca complacer. El Amor aparece en cada párrafo de este espacio que comentamos: el corazón constante guarda con diligencia su amor por las enseñanzas del Señor (v.163) con un odio correspondiente por lo falso, lo imaginario; la vida constante goza de paz (plenitud; paz con Dios, con la gente y paz en la mente; una vida completa) como consecuencia de amar la enseñanza del Señor (v.165); el “guardador” constante es motivado por el amor a lo que el Señor ha testificado de sí mismo (v.167). La vida que ha decidido ser constante, aún bajo presión y resulta enriquecida tiene paz; pero también se topa con conflictos morales, porque no existe la constancia sin desafíos. La opción está puesta sobre la mesa, sobre qué amar y qué odiar; la lucha es por seguir pacientemente hasta que Dios actúe. Pero es la obediencia la que define al amor y es la obediencia lo que complace al Señor (v.168).
Rubén Pelegrina

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