Jonás 2 La Universidad de Dios (segunda parte)
4 Entonces dije: Desechado soy de delante de tus ojos; mas aún veré tu santo templo.
5 Las aguas me rodearon hasta el alma, rodeóme el abismo; el alga se enredó a mi cabeza.
6 Descendí
4 Entonces dije: Desechado soy de delante de tus ojos; mas aún veré tu santo templo.
5 Las aguas me rodearon hasta el alma, rodeóme el abismo; el alga se enredó a mi cabeza.
6 Descendí
a los cimientos de los montes; la tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; mas tú sacaste mi vida de la sepultura, oh Jehová Dios mío.
7 Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo.
8 Los que siguen vanidades ilusorias, Su misericordia abandonan.
9 Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí. La salvación es de Jehová.
10 Y mandó Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra.
Comentario:
Dios tenía preparada una tempestad, Dios tenía preparado un gran pez y Dios también tenía preparado un lugar de reserva y cobijo nada cómodo para Jonás. Él es quien prepara todo lo que nos pasa, si no lo prepara lo permite. Un gran pez no es nada extraordinario, pero para Jonás flotando en medio de un mar embravecido y a punto de ahogarse, porque no sabemos si sabía nadar, eso fue una gran cosa. Ahogarse en una inundación ha sido ya de un ejemplo bíblico del juicio de Dios. Pedro lo usa para ilustrar los eventos que tuvieron lugar en Génesis 6 en los días de Noé Dios con un diluvio. El ejército de Faraón es otro caso fue sepultado bajo las aguas del Mar Rojo. Jonás fue ahogado como un ejemplo de Jesucristo siendo puesto bajo las profundidades de nuestros pecados.
Recordemos ahora mientras seguimos esta historia, que Jonás continua vivo dentro del vientre de este gran pez y Dios continua moldeando a Jonás, lo ha quebrantado y educado, ha trabajado como el alfarero pule su obra. Dios ya comienza a sacar el primer brillo del vaso.
En ese instante de trabajo, Jonás se encuentra orando y exclama: “Llegué a sentirme echado de tu presencia; pensé que no volvería a ver tu santo templo. Las aguas me llegaban al cuello, me cubría el mar profundo y las algas se enredaban en mi cabeza. Me hundí hasta el fondo del abismo: ¡Ya me sentía su eterno prisionero!
Pero tú, Señor mi Dios, me salvaste de la muerte. Al ver que la vida se me iba, me acordé de ti, Señor; mi oración llegó a tu santo templo…”
Todo parecería hacernos esperar que la oración de Jonás desde el vientre del gran pez fuera pidiendo su liberación. Sin embargo, la plegaria es un canto de acción de gracias por su liberación.
La mejor decisión de Jonás fue abrir su corazón ante el Señor, lo que nos deja un sello en la mente nuestra, la mejor decisión a tomar frente a las vicisitudes de la vida y los problemas que enfrentamos es la oración. Una oración de alabanza y reconocimiento del gran Dios y el clamor necesario para tocar su corazón. Él inmediatamente nos dirá: “y la paz de Dios que sobrepasa toda inteligencia guardará tu corazón y tus pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4). ¡Bienaventurado aquel que, en todo, hace del Señor su confianza y su fuerza! Para Él cada día tiene su importancia, y no se equivoca en el día de las “pequeñas cosas”. La historia de cada día despierta Su simpatía; ¿y cómo podría ser de otro modo?, ya que todo tiene importancia para Dios.
Aprendemos por la Escritura que no hay, para el creyente, ninguna suerte, ninguna cosa fortuita. Y entre todos ellos, el libro del profeta Jonás nos da pruebas sorprendentes de esta verdad.
Rubén Pelegrina
7 Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo.
8 Los que siguen vanidades ilusorias, Su misericordia abandonan.
9 Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí. La salvación es de Jehová.
10 Y mandó Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra.
Comentario:
Dios tenía preparada una tempestad, Dios tenía preparado un gran pez y Dios también tenía preparado un lugar de reserva y cobijo nada cómodo para Jonás. Él es quien prepara todo lo que nos pasa, si no lo prepara lo permite. Un gran pez no es nada extraordinario, pero para Jonás flotando en medio de un mar embravecido y a punto de ahogarse, porque no sabemos si sabía nadar, eso fue una gran cosa. Ahogarse en una inundación ha sido ya de un ejemplo bíblico del juicio de Dios. Pedro lo usa para ilustrar los eventos que tuvieron lugar en Génesis 6 en los días de Noé Dios con un diluvio. El ejército de Faraón es otro caso fue sepultado bajo las aguas del Mar Rojo. Jonás fue ahogado como un ejemplo de Jesucristo siendo puesto bajo las profundidades de nuestros pecados.
Recordemos ahora mientras seguimos esta historia, que Jonás continua vivo dentro del vientre de este gran pez y Dios continua moldeando a Jonás, lo ha quebrantado y educado, ha trabajado como el alfarero pule su obra. Dios ya comienza a sacar el primer brillo del vaso.
En ese instante de trabajo, Jonás se encuentra orando y exclama: “Llegué a sentirme echado de tu presencia; pensé que no volvería a ver tu santo templo. Las aguas me llegaban al cuello, me cubría el mar profundo y las algas se enredaban en mi cabeza. Me hundí hasta el fondo del abismo: ¡Ya me sentía su eterno prisionero!
Pero tú, Señor mi Dios, me salvaste de la muerte. Al ver que la vida se me iba, me acordé de ti, Señor; mi oración llegó a tu santo templo…”
Todo parecería hacernos esperar que la oración de Jonás desde el vientre del gran pez fuera pidiendo su liberación. Sin embargo, la plegaria es un canto de acción de gracias por su liberación.
La mejor decisión de Jonás fue abrir su corazón ante el Señor, lo que nos deja un sello en la mente nuestra, la mejor decisión a tomar frente a las vicisitudes de la vida y los problemas que enfrentamos es la oración. Una oración de alabanza y reconocimiento del gran Dios y el clamor necesario para tocar su corazón. Él inmediatamente nos dirá: “y la paz de Dios que sobrepasa toda inteligencia guardará tu corazón y tus pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4). ¡Bienaventurado aquel que, en todo, hace del Señor su confianza y su fuerza! Para Él cada día tiene su importancia, y no se equivoca en el día de las “pequeñas cosas”. La historia de cada día despierta Su simpatía; ¿y cómo podría ser de otro modo?, ya que todo tiene importancia para Dios.
Aprendemos por la Escritura que no hay, para el creyente, ninguna suerte, ninguna cosa fortuita. Y entre todos ellos, el libro del profeta Jonás nos da pruebas sorprendentes de esta verdad.
Rubén Pelegrina
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